La brevedad de las ponencias (cinco páginas máximo) que se solicitan para el Coloquio nos acercan más a la escritura de un ensayo que a la de un trabajo académico. Pero no solamente en cuanto a la forma, sino más aún en cuanto a las posibilidades de este género; pues se trata de comprometernos con nuestra propia voz a través de otras voces. Y el ensayo es el espacio potencial de la escritura por excelencia… Pero, ¿qué es un ensayo? ¿Cómo se hace? ¿Cuánto mide? ¿Cuánto pesa? ¿Dónde está? Lo más bueno de la vida suele ser indefinible y parece que con el ensayo pasa algo así. Aún así, se puede decir mucho sobre él. Liliana Weinberg es especialista en este género y su libro Umbrales del ensayo es ampliamente recomendable.
Por mientras, en este espacio daremos algunas pistas que ayuden e inspiren a la escritura de ensayos (para el Coloquio o para lo que gusten). Lo haremos yendo al origen reconocido de este género: Michel de Montaigne en el siglo XVI. Dejaremos que la voz de un especialista al respecto nos hable: Jean Starobinsky en su texto «¿Es posible definir el ensayo?», que se encuentra en el libro del mismo título.
El ensayo abre mentes…
«[…] el ensayo […] propone ideas nuevas, una interpretación original de un problema controvertido […] Pone en guardia al lector y le hace esperar una renovación de perspectivas […]».
«[…] el ensayo […] propone ideas nuevas, una interpretación original de un problema controvertido […] Pone en guardia al lector y le hace esperar una renovación de perspectivas […]».
En el ensayo cabe todo…
«Constatemos ante todo que lo propio del ensayo es lo plural, lo múltiple […] Esta pretensión de comienzo, este aspecto incoativo del ensayo, son seguramente capitales, porque implican la abundancia de una energía jubilosa que no se agota nunca en su propio juego. Y, más allá, su campo de aplicación es ilimitado […]».
El ensayo es una práctica…
«Montaigne hace el ensayo del mundo, con sus manos y sus sentidos. Pero el mundo se le resiste y esta resistencia, por fuerza, la percibe en su cuerpo, en el acto de aprehensión […] En su propio cuerpo, Montaigne ensaya los ataques de la enfermedad […] De tal suerte, habrá de morir después del ensayo general de su muerte, de su ejercitación […] El ensayo, en Montaigne, es, entonces, también la mirada vigilante que no cesa […]».
El ensayo nos mete en nosotros mismos…
«[…] el aspecto reflexivo, la vertiente subjetiva del ensayo, en el cual la consciencia de sí se despierta como una nueva instancia del individuo […] [Montaigne] se pinta mirándose al espejo, es cierto, pero más a menudo todavía, se define indirectamente, como olvidándose, expresando su opinión[…]».
…Y luego nos saca
«[…] la contrapartida de este interés dirigido al espacio interior: una infinita curiosidad por el mundo exterior, por la proliferación de lo real y por los discursos contradictorios que pretenden explicarla […] Los ensayos de su vida, al desbordar su existencia individual, conciernen a la vida de los otros, que él no puede separar de la suya […]».
El ensayo es placer…
«¿Habría ejercido Montaigne semejante seducción en el curso de las generaciones, sobre tantos lectores y escritores, si no hubiera hallado el secreto de conjugar la confidencia personal, la experiencia de los libros y los autores y, sobre pruebas directamente ensayadas, el aliento a la compasión, al valor sin fanfarronería, al legítimo y reconocido gozo de vivir? […] Tal es la suerte merecida por los libros cada una de cuyas frases ha sido escrita con placer».
El ensayo es invención…
«A partir de una libertad que escoge sus objetos, que inventa su lenguaje y sus métodos, el ensayo, en el límite ideal donde sólo ensayo concebirlo, debería saber aliar ciencia y poesía. Debería ser, a un tiempo, comprensión del lenguaje del otro e invención de un lenguaje propio; escucha de un sentido comunicado y creación de relaciones inesperadas en el corazón del presente».
En fin, ensayémonos y escuchémonos después.
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